Una hora en la vida de Miguel Carmona Fernandez. Como cada día aparta las sabanas grises y se sacude el pelo. Con ojos de ayer, mira fijamente la pared durante unos instantes y apura el breve segundo de duda entre levantarse o no. Como siempre, no hay bocadillo. Su madre duerme en el jergón de la derecha. Nunca se despierta tan temprano. A Miguel le gusta ir al colegio. Y está Roberto, el profe de mates.

Los caminos del azar son inescrutables. Acerca de mí, contacto. Una idea es un monumento más grande que una catedral H. Haré un ejercicio proverbial de brevedad. Deja lo que estés haciendo, salvo que estés echando un polvo o salvando una vida, y ponte a ver esta película. Todo lo demás puede esperar. Pide clemencia si no te gusta. Si te fascina, probablemente sea porque se desnuda el fanatismo, pero también se nos arroja a la hoguera de la complejidad.

Me gusta tu cuerpo de mujer madura. Tus marcas de haber parido. Como tu piel ya escrita. O tus ojos, llenos de historias. Me gustas con la experiencia de saber que los mirlos no son blancos, que tienen alguna mancha o que son grises o azules o verdes o raros, pero que no son blancos. Me gusta el hiper realismo que ven tus ojos, sin trampas o mentiras, ahora, cuando dices que te gusto, lo has visto todo. Por ponerselo a ellos sobre las manitas. Me gusta mucho, que lo sepas.

Corría el verano de 1990 y hacía tanto calor que la única manera de sobrevivir consistía en no apartarse demasiado de la parte delantera del ventilador. Escuchaba música, aburrido y desganado, a la vez que trataba de pensar en algo que hacer para pasar el tiempo. Y se me ocurrió leer. Yo siempre fui un lector empedernido. De hecho, todo lo legible que había en mi casa ya había pasado por mis manos, aunque eso me daba igual.